Domingo, 31 Agosto 2003 20:11

Artí­culo de opinión: Conducción y Civismo

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LA VANGUARDIA. LUNES 30 DE JUNIO 2003. TRIBUNA.
Autor: JOSEP A. DURAN LLEIDA Secretario General de Convergencia y Unió

Los accidentes de trafico constituyen un problema colectivo con su secuela de ví­ctimas mortales y de lesiones permanentes. Es legitimo, pues, que la respuesta social pase por endurecer las sanciones y las penas aplicables a las conductas imprudentes. Las 445 multas impuestas en el año 2002 por los Mossos a vehí­culos que superaron los 180km/h demuestran que las conducciones temerarias no son actos aislados, sino algo desgraciadamente habitual y cotidiano.
Sin duda, habrá expertos que analicen las causas de tales comportamientos, podrí­amos invocar la influencia de la publicidad, la excesiva potencia de los vehí­culos o la inconsciencia de algunos conductores. Pero algo hay en los accidentes de tráfico que revela también la crisis de valores comunitarios que se percibe en muchos ámbitos de la sociedad.

El conductor temerario no percibe el componente cí­vico de la circulación ni la repercusión social de sus imprudencias. Conducir significa interaccionar con otras personas y, sin embargo, la temeridad nace de una actitud egoí­sta, de un individualismo exacerbado. En la conducción propia todo vale porque nos creemos ases del volante por encima de las normas. Si llegamos tarde, cualquier infracción nos parece disculpable. Si otro conductor circula a velocidad moderada, nos invade la impaciencia y la crispación. Parece absurdo, pero todo ello revela la atrofia del sentido cí­vico-ético de la conducción. Y es aquí­ donde la falta de conciencia del individuo refleja a su vez la relajación moral del conjunto de la sociedad. Si hemos primado el individualismo y el interés particular oí­r encima de los valores comunitarios, si alentamos la competitividad no como forma de progreso, sino de lucha entre personas ¿ que actitudes podemos esperar en las carreteras? La concienciación se convierte, por tanto, en la primera valla de protección de los accidentes de tráfico. Sin perjuicio de una intensa educación vial desde la infancia, procede también reflexionar a propósito de campañas que aliente el espí­ritu cí­vico y comunitario. No se trata de acudir a melifluas mortalinas; muy al contrario, nos enfrentamos a un problema que surge cuando el conductor, con evidente desprecio de la vida de los demás, entiende que la carretera es suya, que las normas no le afectan y que todo está subordinado a sus intereses. Si suena el móvil, se contesta; si apetece una copa, se bebe; si hay prisa, se corre.

Así­ no podemos seguir. Lógicamente, las administraciones cumplirán de manera encomiable su cometido. Pero previamente a una campaña de sensibilización es necesario incrementar los controles y alentar cambios en el Código penal. La sociedad en su conjunto es la que debe actuar. En suma, debemos evitar que los calores comunitarios se resquebrajen porque la vida de muchos ciudadanos y la felicidad de muchí­simas familias pueden desaparecer por grietas, como dolorosamente sucede con insoportable frecuencia.
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